Visto de cerca el ruso acojona aún más que de lejos. Me saca dos cabezas, dos cuerpos, cincuenta kilos y varios cumpleaños. Para poder definir la horrible mueca que cubre su cara tendríamos que sumar la ira, la incredulidad, el desprecio y un cabreo de tres pares de cojones y después hacer la media de las cuatro. Antes de darme tiempo a arrepentirme de haberme acercado una mano de arponero situada al final de un brazo de leñador me agarra de la pechera de la camiseta y me la retuerce tirando de ella hasta tenerme a escasos veinte centímetros de su aliento a vodka caro. El ruso resopla como un búfalo herido y sus ojos inyectados en sangre me traspasan. Mientras intento recordar como empezaba el padrenuestro el ruso levanta el otro brazo por encima de su cabeza, lo arma y abre la mano. Me vienen a la cabeza todas las películas que he visto de Bud Spencer. El tipo abre su boca de ogro y me grita algo muy chungo en su lengua materna acompañándolo de medio litro de espuma rabiosa. No hace falta saber mucho ruso para saber que me está dando la extrema unción. Mi vida entera pasa por delante de mis ojos. Me quedaban tantas cosas por hacer.
Tres minutos antes.
No debería haberme sentado tan cerca del escenario. No debería haber aplaudido con tantas ganas el espectáculo flamenco. No debería haberme bebido todo lo que me he bebido. No debería haberle dicho al Miki que ni se le ocurra decirle a las bailarinas que me saquen a bailar. Pero lo he hecho. Soy un melón y solo sé lo que hago justo después de hacerlo. Como estaba escrito y para alborozo de los camareros y el nutrido público una de las bailarinas se acerca, me coge de la mano y me arrastra hasta el escenario para bailar con ella. Antes de quedar como un soso prefiero quedar como un panoli arrítmico así que me dejo hacer y me pongo a menear el trasero sobre las tablas rezando para que un rayo me parta en dos ahí mismo. En vez de abucheos escucho como algún borracho grita "Ole" y "Arsaa". Lo que me faltaba. Cometiendo un error fatal me vengo arriba y decido que puestos a hacer el payaso lo mejor es hacerlo mejor que nadie. En pleno taconeo diviso con el rabillo del ojo una mesa entre el público sobre la que reposa un jarrón con cuatro rosas rojas. De un salto me bajo del escenario, agarro una de la rosas, la muerdo cual bailarín de tango y de otro salto vuelvo al escenario y cojo a la bailarina por la cintura. Oigo un aplauso que muere antes de nacer para dejar paso a un murmullo. Miro al público y para mi espanto compruebo que de la mesa de las rosas emerge la figura de un gigante de piel pálida que me mira fijamente y me señala con un dedo gordo como una polla. Ingenuamente le pido a Dios que el gigante me esboce una sonrisa pero en vez de eso observo como un humo negro le sale por la orejas. Tardo cero coma en darme cuenta de que la he cagado. Mi primer pensamiento es salir corriendo de allí y pillarme un billete de ida a Burkina Faso pero en un arranque de estúpida dignidad decido que es mejor una muerte honrosa a una gallinácea huida así que escupo la rosa, me bajo del escenario y me voy hacia el airado ruso mientras noto como mis pelotas suben escopetadas desde mi entrepierna hasta la traquea.
El ruso no me suelta. Alrededor nuestro se ha formado un corrillo de gente compuesto por un par de solidarios colegas dispuestos a dividir entre tres la somanta de palos que me va a caer, varios camareros intentando evitar una carnicería en su bar y algunos curiosos deseosos de sangre fresca. Mikola, el camarero ruso del bar del Miki, intenta hacer entrar en razón al animal herido supongo que diciéndole que me deje vivir pues no soy más que un pobre borrachín que no tiene ni media ostia. Trato de recordar las pocas palabras que sé en ruso. No me vale ninguna. Para suplicar clemencia no me sirven ni el "hola", ni el "gracias" ni el "adiós" y mucho menos el "guapa". Lo increíble del caso es que mientras el ruso sigue retorciendome la camiseta y resoplando con la mano levantada yo, supongo que por culpa de mis genes chulescos madrileños, por todas las pelis de Bruce Willis que he visto y por los mojitos que corren por mis venas, consigo que mi expresión no sea de terror absoluto sino más bien de "aunque sé que me vas a matar aún soy capaz de sacarme de la manga esta media sonrisa". Todo eso mientras intento no cagarme encima. Mikola me dice que el ruso esta hipermegacabreado porque hoy es su aniversario de bodas y esas rosas eran un regalo para su mujer. Joder, menudo ojo tengo. La mujer del ogro asiste a la escena con la misma impasible mirada que tienen todas las rusas. Le digo al Mikola que me diga como se dice "lo siento" en ruso y si puede ser también el nombre de la ofendida esposa. Mikola me dice algo que no entiendo del todo pero que me apresuro a repetirle a la rusa, de nombre Nadia, cambiando mi media sonrisa de Bruce Willis por los ojitos del gato de Shrek. La mano que me agarra de la camiseta se afloja un poco y yo me siento como si volviese a aparecer entre las piernas de mi santa madre. Lo mismo que le he dicho a la esposa se lo repito al marido tres millones de veces y por fin consigo que me suelte del todo y deje de resoplar. La gente vuelve a sus asientos y yo me quedo de pie con Mikola y el ruso asintiendo a todo lo que dicen. Mi ángel de la guarda se ha portado tan bien que no me importa nada arrastrarme un poco así que mirando a los ojos al gigante le digo en ruskinglis "spasiva my friend" con cara de no haber roto un plato. El ruso me mira, me coge de la mano, tuerce los labios en lo que quiero suponer que es una especie de sonrisa y en un castellano con acento de Vladisvostok me suelta un "amigo" que consigue por fin descongelarme la sangre.