Meses después de venirme arriba relatando en este blog lo decidido
que estaba a deshacerme del tejido adiposo que circundaba mi abdomen aún hoy me
encuentro dando los primeros pasos en aras de conseguir tal quimera. La
estancia en mi Ciempozuelos natal no me puso fácil la tarea pues noche tras
noche y por razones que no vienen al caso me vi obligado a seguir a rajatabla
la dieta del tomate. La de tómate una tómate otra. A golpe de pelotes de
Beefeater y cerveza a granel es harto
difícil bajar tripa. Si a eso le sumamos los hipercalóricos menús de una
abnegada madre que aprovechó el poco tiempo que tuvo cerca a su churumbel para
cebarlo como a un gorrino el resultado se resume en que cuando me volví del
pueblo de los locos a la playa el único cinturón que me valía era el del coche.
Como os decía al empezar el párrafo anterior mi carácter
diesel (léase dejao de cojones) ha
conseguido que dos meses después de volver de mi pueblo aún me vea obligado a esconder mi barriguita
con el consiguiente riesgo de sufrir una muerte por hipoxia. Siendo positivo
diré que la cosa ha mejorado un poco. Para ser exactos la cosa ha mejorado un
centímetro escaso. Ante mi propio asombro la primera mañana de mi nueva
temporada de curro me levanté pronto y salí a correr por la playa creyéndome el
fibroso protagonista del anuncio ese tan chulo de zapatillas “Asics”. Cuando aún no había escuchado el estribillo de la primera
canción que sonaba en mi mp3 tuve que parar y arrodillarme para recoger de la
arena el pulmón que acababa de salir de mi boca. Después de tan glorioso
debut no me di por vencido y al día
siguiente volví a levantarme pronto pero ya no para correr sino para andar
deprisa como los jubilados. Al día siguiente decidí que en vez de levantarme yo
se iba a levantar Rita la Cantaora y ahí acabó mi preparación para las
Olimpiadas.
Como voluntad no tengo, de vergüenza cada vez ando más
escaso y el cruel verano ya está al caer solo me quedaba una motivación, la que nunca falla, el dinerito. Después de sopesarlo durante un mes por fin hace un par
de semanas me presenté en el gimnasio con una toalla y mi número de cuenta. No
quiero lanzar las campanas al vuelo pero estoy un paso por encima de contento y dos pasos por debajo de eufórico porque por ahora he
conseguido ir a sudar un par de veces por semana. Eso si, voy un rato y bien prontito,
a las ocho de la mañana, cuando apenas hay nadie que pueda mofarse al ver como
levanto cuarto y mitad de pesas mientras escondo tripa. Diez minutillos de bici
y media horita de aparatos. Como soy gilipollas y ya decía mi madre que tengo complejo
hasta de mear hay aparatos que quiero probar pero me da vergüenza intentarlo
pues no sé muy bien como funcionan y paso de hacer una de Mr. Bean y terminar
siendo rescatado de un amasijo de hierros por alguno de los tres viejos que
sudan conmigo a horas tan tempranas.
También me gustaría asistir a alguna de las mil y una clases que se imparten a costa de la salvaje cuota mensual de socio. Pero me pasa como cuando voy al Burguer King y me toca pedir, que me bloqueo entre tanta opción (a saber, Ciclo Indoor, Step, Aerodance, Abs+Stretch, Capoeira, G.A.P., Tono Funcional, C.K.B., Pilates, Defensa Personal, Power Dumbell, Aquagym, Tono Classic, Danza del Vientre, T.B.C., Cardio Xpress). A primera vista, y a pesar de que quizá mis características físicas actuales me confieran ventaja frente al resto de alumnos, solo he descartado la Danza del Vientre por razones obvias. La Defensa Personal me seduce pero se me quitan las ganas al recordar la fisura en las costillas con que me obsequió hace unos años el orco cejijunto que me usó de saco de arena durante mi fugaz paso por el mundo del taekwondo. Si consigo vencer el ancestral palo de sentirte el nuevo de la clase creo que me decantaré por el Ciclo Indoor, o sea, Spinning, o sea, pasarte una hora pedaleando como un subnormal escuchando house machacón. Lo que me atrae de esta disciplina es que se suda más que follando debajo de un plástico. Pero hay un par de cosas que me tiran para atrás. La primera es el miedo a sufrir un infarto y que la muerte me encuentre vestido con unas mallas y una vieja camiseta de “Muebles Pacheco”. La segunda pega es el temor a que me toque como profesor un cretino que me haga pedalear al ritmo del reggaeton. La conjunción de ambas posibilidades me presenta el peor de los escenarios imaginables......me niego a abandonar este mundo vestido de julay y escuchando a Pitbull.
También me gustaría asistir a alguna de las mil y una clases que se imparten a costa de la salvaje cuota mensual de socio. Pero me pasa como cuando voy al Burguer King y me toca pedir, que me bloqueo entre tanta opción (a saber, Ciclo Indoor, Step, Aerodance, Abs+Stretch, Capoeira, G.A.P., Tono Funcional, C.K.B., Pilates, Defensa Personal, Power Dumbell, Aquagym, Tono Classic, Danza del Vientre, T.B.C., Cardio Xpress). A primera vista, y a pesar de que quizá mis características físicas actuales me confieran ventaja frente al resto de alumnos, solo he descartado la Danza del Vientre por razones obvias. La Defensa Personal me seduce pero se me quitan las ganas al recordar la fisura en las costillas con que me obsequió hace unos años el orco cejijunto que me usó de saco de arena durante mi fugaz paso por el mundo del taekwondo. Si consigo vencer el ancestral palo de sentirte el nuevo de la clase creo que me decantaré por el Ciclo Indoor, o sea, Spinning, o sea, pasarte una hora pedaleando como un subnormal escuchando house machacón. Lo que me atrae de esta disciplina es que se suda más que follando debajo de un plástico. Pero hay un par de cosas que me tiran para atrás. La primera es el miedo a sufrir un infarto y que la muerte me encuentre vestido con unas mallas y una vieja camiseta de “Muebles Pacheco”. La segunda pega es el temor a que me toque como profesor un cretino que me haga pedalear al ritmo del reggaeton. La conjunción de ambas posibilidades me presenta el peor de los escenarios imaginables......me niego a abandonar este mundo vestido de julay y escuchando a Pitbull.