martes, 1 de mayo de 2012

Desnudo integral



Antes de verla publicada en el Interviú he decidido anticiparme al escándalo y ser yo mismo quien os muestre esta foto mía en pelotas. Si, ese cochinillo con el pelo cortado a tazón que emerge de las aguas cual Venus es un servidor. La foto no tiene ninguna fecha escrita al dorso pero por mi aspecto supongo que yo debía de tener un añito más o menos así que la foto debe datar del año 77 o 78 del siglo pasado. No tengo apenas fotos de mi niñez y me hizo mucha ilusión encontrar esta hace unos meses perdida entre las paginas de un viejo álbum perdido a su vez entre los mil y un trastos que hacen intransitable el sótano-museo de mi casa de Ciempozuelos. Al descubrir la foto me sentí como Amelie y si fuese de llanto fácil (lo soy pero siempre por lo peor y no por lo mejor) habría llorado al ver a ese pequeño cebón a remojo en una palancana. Me acuerdo de esa palancana. Con ella se lavaba mi abuelo cada mañana en el patio de aquella casa que ya no existe. Mi abuelo se lavaba como se lavaban todos los abuelos, como se lavaban los viejos de toda la vida. Primero la cara, luego el cogote y las orejas y por último los sobacos y el torso. Supongo que solo al rollizo nieto le estaba reservado el placer de meter el culo en la palancana.

La lolita morena que enseña sus blancas bragas al fotógrafo es mi hermana. Se la ve más suelta que a mí, al menos ella mira a la cámara mientras que yo, que nunca he sido muy espabilado, miro hacia otro lado buscando sin duda las musarañas que aún sigo sin encontrar. Ahora que lo pienso esta foto está llena de erotismo infantil. Niños, bragas y un atractivo desnudo. Joder, espero que la foto no acabe en la pantalla del ordenador de algún hijodeputa desviado con los pantalones por las rodillas y la mano en la zambomba.

Ya he dicho que recuerdo la palancana de mi abuelo. También recuerdo esa mesa, esa silla, esa cortina psicodélica en la puerta del baño, esas hojas de parra, ese patio. En esa mesa se peleaban mis clicks de Playmobil, mis únicos dos clicks, uno calvo y otro manco. Los tres juntos vivimos aventuras que ríete tú de Frodo Bolson. Esa silla era el trampolín desde el que cada verano saltaba hacia los diez centímetros de agua de mi pequeña piscina hinchable. Esa cortina psicodélica fue la portería donde metí mis primeros y mejores goles a costa del portero más inútil del mundo, mi amigo invisible. Esa parra fue mi jungla virgen, me dio sombra, me dio uvas y me regalo alguna que otra cicatriz tras despeñarme en busca del racimo más alto. Ese patio fue mi mundo, mi tierra, mi auténtica patria.

Es curioso pero la verdad es que al empezar a escribir pensaba solamente en hacer burla de mi aspecto de cachorro de hipopótamo. Quería reírme de mis lorzas, de mi cara de melón y de la cadenita de gitanillo que me cuelga desde el pecho hasta esa barriguita que ya apuntaba maneras. Pero en lugar de eso me ha salido un retrato costumbrista de mi infancia. No sé de donde me ha salido pero me gusta.