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Creo que tengo un problema de control de los impulsos. Por una vez no me refiero a las drogas sino a otra cosa más rara en mí. La ira. No me entendáis mal, soy más blando que la mierda de pavo y huyo del conflicto como de la peste. Pero en ocasiones me sorprende lo estúpido que me puedo poner por gilipolleces. Me he pasado mi día libre enterito literalmente delante del ordenador intentando instalar un puto pincho de Internet y he acabado bramando a solas en casa dudando entre tirar la CPU por el balcón o tirarme yo. He instalado y desinstalado el programa unas 5687985412478 veces. He metido el puto pincho en todos los putos puertos del ordenata, solo me queda metérselo por el culo. He hablado por teléfono con veintidós tipos distintos del servicio de atención al cliente, a cual más empanao y más empalagoso. El record lo tiene un tal Gabriel que en una conversación de cinco minutos me ha repetido 33 veces “gracias por mantenerse a la espera Don Miguel”. No le he mandado a la mierda porque tenía un nudo de odio en la garganta que no me dejaba hablar. Después de tanta alegría sigo sin internet y mañana me tocará ir a devolver el cacharro. Que me den otro pincho no me da ninguna seguridad pues preso de la desesperación ignorante he trasteado tanto con la configuración del ordenata que ahora no me abre ni el Paint. Siento ira. He tenido picos de furia en los que gritando con voz de poseído me he cagado en el puto anormal que invento Internet y los Modem USB. Y no han sido episodios aislados. Después de las primeras ocho horas de “Error 633: no se pudo acceder al dispositivo” he alcanzado una velocidad de crucero airado en la que solo podía bramar, con una mano crispada frente a la cara cual cantante heavy, pateando sillas y cualquier cosa que se me pusiera por delante. Llevo meses sin internet en casa y aunque el blog se ha resentido bastante no me he muerto. Y vosotros tampoco. No es para ponerse así y me preocupa. No es la primera vez que me pasa, he llegado a pillar rebotes de la ostia por no poder mandar un mail a tiempo, por no poder retocar las fotos recién hechas o por no poder subir alguna sandez calentita al blog. Mis soluciones informáticas cuando el ordenador no me hace caso se reducen a apagarlo y encenderlo y cuando eso no funciona y mis dos ex-cuñados informáticos están a 616 kilómetros me pongo verde como Hulk. Si lograse canalizar tanta energía negativa en algo productivo me darían el Nobel de algo. Además de mi rage against the machine solo me pongo así de energúmeno conduciendo. Si llevo prisa porque llego tarde a algún sitio y se coloca delante de mi Clio un parsimonias, de los que parece que mientras conducen se van leyendo “Los Pilares de la Tierra”, me vuelvo loco. Me avergüenzo de mi mismo por las palabras que salen de mi boca y más aún por mis sociópatas pensamientos. Algún día me van a aplaudir la cara cuando un semáforo en rojo aborte mi huida tras haberme cagado en la madre muerta de alguien. No me gusta ser así pero no lo puedo controlar. Lo contingente me exaspera y lo necesario me resbala.
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Creo que tengo un problema de control de los impulsos. Por una vez no me refiero a las drogas sino a otra cosa más rara en mí. La ira. No me entendáis mal, soy más blando que la mierda de pavo y huyo del conflicto como de la peste. Pero en ocasiones me sorprende lo estúpido que me puedo poner por gilipolleces. Me he pasado mi día libre enterito literalmente delante del ordenador intentando instalar un puto pincho de Internet y he acabado bramando a solas en casa dudando entre tirar la CPU por el balcón o tirarme yo. He instalado y desinstalado el programa unas 5687985412478 veces. He metido el puto pincho en todos los putos puertos del ordenata, solo me queda metérselo por el culo. He hablado por teléfono con veintidós tipos distintos del servicio de atención al cliente, a cual más empanao y más empalagoso. El record lo tiene un tal Gabriel que en una conversación de cinco minutos me ha repetido 33 veces “gracias por mantenerse a la espera Don Miguel”. No le he mandado a la mierda porque tenía un nudo de odio en la garganta que no me dejaba hablar. Después de tanta alegría sigo sin internet y mañana me tocará ir a devolver el cacharro. Que me den otro pincho no me da ninguna seguridad pues preso de la desesperación ignorante he trasteado tanto con la configuración del ordenata que ahora no me abre ni el Paint. Siento ira. He tenido picos de furia en los que gritando con voz de poseído me he cagado en el puto anormal que invento Internet y los Modem USB. Y no han sido episodios aislados. Después de las primeras ocho horas de “Error 633: no se pudo acceder al dispositivo” he alcanzado una velocidad de crucero airado en la que solo podía bramar, con una mano crispada frente a la cara cual cantante heavy, pateando sillas y cualquier cosa que se me pusiera por delante. Llevo meses sin internet en casa y aunque el blog se ha resentido bastante no me he muerto. Y vosotros tampoco. No es para ponerse así y me preocupa. No es la primera vez que me pasa, he llegado a pillar rebotes de la ostia por no poder mandar un mail a tiempo, por no poder retocar las fotos recién hechas o por no poder subir alguna sandez calentita al blog. Mis soluciones informáticas cuando el ordenador no me hace caso se reducen a apagarlo y encenderlo y cuando eso no funciona y mis dos ex-cuñados informáticos están a 616 kilómetros me pongo verde como Hulk. Si lograse canalizar tanta energía negativa en algo productivo me darían el Nobel de algo. Además de mi rage against the machine solo me pongo así de energúmeno conduciendo. Si llevo prisa porque llego tarde a algún sitio y se coloca delante de mi Clio un parsimonias, de los que parece que mientras conducen se van leyendo “Los Pilares de la Tierra”, me vuelvo loco. Me avergüenzo de mi mismo por las palabras que salen de mi boca y más aún por mis sociópatas pensamientos. Algún día me van a aplaudir la cara cuando un semáforo en rojo aborte mi huida tras haberme cagado en la madre muerta de alguien. No me gusta ser así pero no lo puedo controlar. Lo contingente me exaspera y lo necesario me resbala.
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