jueves, 12 de noviembre de 2009

Stolichnaya

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Oficialmente soy alumno de la Uned. Me he matriculado en un curso de Lengua Rusa. Mi motivación a la hora de elegir dicho idioma no tiene nada que ver con la perfección matemática de las piernas de las rusas sino con la certeza de que una ingente cantidad de rusos con dinero vienen a nuestro país a gastárselo. No estoy pensando en dar un braguetazo, más que nada porque tengo espejos en casa, sino en poder meter el pie en algún curro emergente en el que además de hablar ingles se requiera farfullar un poco de ruso. Mis otras opciones eran el chino y el árabe por las mismas razones pero creo que el ruso es más cercano a nuestra lengua y podré aprender más en menos tiempo. Eso si me aplico, porque si ya me costaba ponerme a estudiar cuando tenia maestros y padres encima de mí no se que va a pasar ahora que soy mi único tutor. Bueno, si sé lo que va a pasar, que me tocaré las pelotas dejando cada día todo para mañana, que me pasaré en vela la última noche antes del examen y que con mucha suerte sacaré un cinco. Lo mismo que pasaba cuando tenía maestros y padres encima. Lo mismo que va a pasar siempre. Al menos ahora ya lo sé, he perdido demasiado tiempo pensando que eso se podía cambiar pero dejando para mañana el cambio. Como dice uno de los dichos más tontos que he escuchado nunca: si no hay solución no hay problema. La solución a mi pereza vital (“procastinación” dicen que se llama, “vaguería” lo llama mi querida secretaría) no la he encontrado hasta ahora y ni siquiera sé si no la hay, o no la he buscado lo suficiente o solo he pensado en buscarla sin ponerme nunca a ello. ¿Os habéis perdido? Yo un poco. La cosa es que una vez más tengo la oportunidad de tomarme algo en serio. De esforzarme en algo más que en encontrar camello. En una esquina del ring está el campeón mundial, mi pereza vital. En la otra esquina está el eterno aspirante, mi orgullo. Las apuestas están veinte a uno.
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