martes, 8 de junio de 2010

Operación bikini

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Llevo un mes apuntado al gimnasio pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía pues en esos treinta días solo he aparecido por allí diez o doce veces. Ir al gimnasio solito es aburrido e ir acompañado es tontería porque para hablar es mejor irse al bar. Al menos ya he superado la vergüencilla inicial causada por pasear mi pecholata entre tanto cuerpo hipertrofiado. Todos los gorilas de la puerta de los garitos de la zona (y en Salou otra cosa no habrá pero garitos hay mil) pululan por mi gimnasio y aquello es una orgía de venas hinchadas y gemidos. Todavía no me he echado ningún amigo allí, ni dios me da conversación y por un lado lo prefiero pues casi todos tienen cara de ser los campeones de Trivial de su pueblo. Yo llego con mi mp3 y mi toallita y tras un rato de bicicleta me pongo a hacer pesas y aparatos con la mirada perdida al frente como los caballos de los picadores, no quiero ver a ningún vigoréxico observando como me las veo y me las deseo para levantar treinta kilitos de mierda. El monitor me ha propuesto una tabla de ejercicios pero yo soy algo anarquista también para esto y prefiero revolotear de aparato en aparato dejándome llevar por mis sensaciones. No me dejo llevar del todo pues esas sensaciones casi siempre me incitan a largarme a casa y tumbarme en el sofá. Cuando mis fuerzas flaquean me concentro en el cuerpo de Brad Pitt en El Club de la Lucha y cuando esto no funciona intento recordar lo mal que lo pasé el año pasado en la playa escondiendo la lorza tras el periódico o siendo el único acomplejado que se metía en plena fiesta de la espuma de Pacha con la camiseta puesta. Tras un mes de gimnasio la única diferencia apreciable es que ahora me paso mucho más tiempo en gayumbos delante del espejo. La lorza sigue ahí (odio el cardio) y siendo muy optimista creo que mis dorsales son tres milímetros más grandes. Parte de culpa de esta escasa mejora es que mi gimnasio está en un hotel algo lujoso y el pastón que pago cada mes incluye el acceso a un spa de la ostia. ¿Quién quiere hacerse daño sudando como un pollo cuando puede retozar en agua calentita? La mitad de los días levanto las pesas con prisas para ir corriendo después a tirarme a la piscina, a las aguas termales, a los benditos chorros cervicales, al jacuzzi, al hot tube, al baño turco, etc…. A la sauna que vaya Rita la finlandesa si tiene cojones pero el baño turco es un gran invento. Al minuto de estar dentro me suda hasta el pendiente y, aunque apenas puedo respirar y boqueo como un besugo recién pescado, al salir tengo la sensación de haber eliminado las toxinas de mis últimas veinticinco borracheras. Como el gimnasio cierra a las doce de la noche aprovecho para ir a última hora pues para un tipo criado en pleno secarral de la meseta central es un gustazo tener todo un spa para él solo. Antes de esto la única vez en mi vida que se me ocurrió pasar unos días en un spa tuve una compañía tan maravillosa que a la vuelta estaba más cansado (y contento) que a la ida……mmmmmmmm......¿te acuerdas?
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Gotta get away.........Offspring

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martes, 1 de junio de 2010

ورق المرحاض

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Como los caminos del soltero lejos de su tierra son misteriosos el otro día acabé de farra con tres moros. Yo pensaba escribir marroquíes pero ya que ellos no se sentían a disgusto con el apelativo de moro voy a dejar de lado la corrección política. De los tres yo conocía a uno de ellos del verano pasado, de aburrirnos y divertirnos en el Berlín. Los otros dos eran recién llegados y hablaban castellano con la misma soltura que yo hablo moldavo así que la mayor parte de la conversación discurrió en arabe. En esa lengua yo solo sé decir hola, gracias y cerveza así que estuve calladito y pasé el rato recreándome en desentrañar tan guturales sonidos. Mi colega intentaba traducirme el transcurso de la conversación pero realmente no era necesario, por sus gestos y aspavientos hasta un marciano habría sabido que hablaban de alcohol y mujeres. Tan recurrente charla acabó cuando nos dieron unos vasos de plástico y nos echaron del bar. Contra toda lógica decidimos que no nos íbamos a dormir todavía y acabamos en casa de uno de ellos. Aquí es donde quería llegar. Pasamos el rato como se suelen pasar estos ratos, entre canciones, cervezas y risas. Supongo que a todo el mundo le ha pasado que cuando llevas suficiente alcohol encima las barreras lingüístico-culturales desaparecen y el compadreo florece. En pleno florecimiento del compadreo a mi me sobrevino un severo apretón y tuve que ausentarme un momento. El momento se dilató pues antes de iniciar las maniobras de evacuación fui incapaz de encontrar ni el más mínimo rastro de papel higiénico en el baño. Con la tortuguita a punto de asomar ya la cabecita me tocó volver a salir del baño y preguntarle al anfitrión por el papel. Su sonriente respuesta me estremeció: “No papel amigo….agua…mano…“. Como allá donde fueres haz lo que vieres me pareció una falta de respeto salir del baño y ponerme a buscar como un loco algo parecido al papel así que volví a cerrar la puerta y cariacontecido me senté en la taza a despedirme de mi amigo. A lo largo de mi vida he utilizado para limpiarme el orto cosas peores que mi mano y supongo que incluso en alguna ocasión no he podido ni limpiármelo. Pero siempre habían sido situaciones de precariedad y necesidad absolutas y en un entorno digamos hostil. En medio de la civilización, en un baño totalmente equipado, estando de juerga y encima ingenuamente ataviado con mis calzoncillos de “porsifollo” nunca antes me vi en ese brete. Afortunadamente mi culete se portó y efectuó la maniobra de descarga de manera limpia, tipo mojón y no tipo geiser como me temía. Con un felino a la vez que patético movimiento de mis posaderas salté de la taza al bidet y me dispuse a cubrirme de gloria. Por la falta de costumbre, por la borrachera y porque estaba sentado de espaldas me lié con los grifos y me escaldé las pelotas. Si hace unos días alguno visteis pasar por delante de vuestra casa un par de huevos huyendo que sepáis que son míos. Tras unos chorros de agua, algo de jabón y unos frotes tímidos con la mano izquierda me pareció que la zona cero debía de estar ya reluciente y por fin pude subirme dignamente los pantalones. Misión cumplida. Luego me lavé las manos cual cirujano maniaco compulsivo y salí del baño con la mente puesta en la alianza de civilizaciones.
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Entenderé si alguno no queréis volver a darme la mano.
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