viernes, 12 de noviembre de 2010

Apuntes históricos

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La Tercera Ley de Wiklow se le olvidó a Jeremias Wiklow antes de encontrar un papel donde apuntarla. Cuando encontró un papel ya se le había ido de la cabeza la tercera y principal ley, la que apoyándose en las otras dos daba un guantazo en la cara del tontaina de Newton. Menuda putada. Por más que lo intentó Jeremias Wiklow no volvió a acordarse de la tercera ley. La había tenido en la cabeza solo durante unos segundos pero durante esos segundos había visto la luz. Un fogonazo de verdad había cruzado su mente y delante de él se había desplegado la totalidad del universo explicada con sus tres leyes. Más allá de la luz había visto la gloria. Su nombre escrito con letras de oro en la Historia, su cuerpo moldeado en bronce a la entrada de las mejores universidades del mundo. Por pensar esas gilipolleces a Jeremias Wiklow se le fue de la cabeza su tercera ley antes de apuntarla. Y detrás de la tercera ley fue la propia cabeza lo que se le fue al pobre de Jeremias. No pudo soportar haber visto a Dios y no acordarse de su cara. La rabia nubló su cordura y el desprecio por si mismo tiñó de negro hasta la última gota de su sangre. Para no volverse loco Jeremias Wiklow se dió a la bebida y se volvió un loco borracho. Había tocado fondo pero insistió en seguir cavando. El día de Navidad de 1723 Jeremias Wiklow apareció desnudo y apestando a vino barato en la Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford. Tras orinar sobre los tres volúmenes de la Física de Aristóteles corrió escaleras arriba y antes de que alguien pudiera impedirlo se lanzó al vacío desde el último piso de la Torre de los Cinco Órdenes. Desde entonces se llama Tercera Ley de Wiklow a toda aquella teoría científica que acaba volviendo loco a quien osa imaginársela.
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