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No entiendo por qué a la mayoría de la gente no le gusta ir sola a los bares. A mí me encanta. No me entendáis mal, yo también prefiero emborracharme con colegas a hacerlo solito pero tampoco me da ningún pudor pillarme la castaña a caraperro en una esquina de la barra de un antro. La primera copa es la peor. Te la tragas a duras penas prometiéndote que te la bebes y te piras a casita. La segunda te la pides porque eres un tío de principios y te da vergüenza tomarte solo una y pirarte. La tercera es el punto de no retorno. A partir de ahí todo es más fácil y colorido. La bebida entra mejor, las chicas son más guapas, tu vida entera se relativiza y tú dejas de ser el Dustin Hoffman de “Rain Man” para pasar a ser el Bruce Willis de “El Último Boy Scout”. Hay que ser muy sociópata para no haber conseguido entablar conversación con el borracho de tu derecha al tercer pelote. Especialmente yo que soy un imán para los cansinos y borrachos. Hace poco en Londres descubrí que esto es cosa de familia. Cada vez que mi hermana salía de un pub a echarse un piti tardaba cero coma en verse asaltada por un cuentapenas en busca de una oreja piadosa. Me hacía gracia ser yo por una vez el que tenía que salir a echar un capote en vez de ser el Miura cansino. Yo soy muy paciente y aguanto cualquier brasa sin pestañear. Me hago fuerte en mi mundo interior poniendo cara de interés mientras aguardo que mi contertulio necesite coger aire. Llegado ese momento contraataco con mi milonga existencial y le quito las ganas de volver a abrir la boca. He dicho que aguanto cualquier brasa, sí, pero lo que no aguanto es que me cuenten chistes. Lo odio. Si me cuentan chistes me veo obligado a disimular una falsa expectación seguida de una risa digna de un Oscar. En esos momentos de suprema falsedad me odio a mi mismo, pocas cosas hay màs tristes que reírse sin ganas. Puede hacerme gracia un chiste cortito y absurdo pero cuando escucho algo del tipo “……y al tercer día llega el mariquita y dice…..” se me revuelven las tripas y me entran ganas de fingir un desmayo o de estrellar mi vaso en la cabeza del salao de turno. Para las cosas importantes no maduraré nunca pero de todas estas gilipolleces ya estoy de vuelta y no me da ningún reparo decirle al chistoso que lo que más odio de este mundo, después de las acelgas hervidas y Norma Duval, es que me cuenten chistes. Esto suele surtir efecto pero de vez en cuando te topas con un soplapollas que cree que puede hacerte cambiar de opinión con su antología de chistes largos y rancios. Sí, sí, no me gustan los chistes porque no he escuchado los tuyos y no creo en las relaciones de pareja porque aún no he encontrado mi media naranja. Ja ja ja. Ese chiste sí que es bueno.
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