Me gusta mi trabajo. No es el que siempre soñé, más que nada porque yo nunca soñé con ninguno a excepción de ser ciclista y ganar el Tour de Francia tras una agónica escapada en solitario subiendo Alpe d’Huez, pero no está mal del todo. Los he tenido mucho peores. Con diecisiete añitos repartía propaganda por todos los buzones de la periferia de Madrid, comiendo bocatas sentado en una acera, meando en portales y cagando en bares. Un año más tarde me pasé el verano recogiendo cartones y barriendo las naves de los almacenes del puto Corte Inglés en Valdemoro. Para el que no las conozca he de decir que estas naves rivalizan con el Pentágono por el puesto de edificio más grande del mundo. Si alguien no me cree aquí está la prueba. Barrerse cada noche esas naves pertrechado con un cepillo y un recogedor le hacen a uno darse cuenta de la inmensidad del universo y de la necesidad de estudiar más. El verano siguiente dejé de barrer y pasé a entumecerme durante ocho horas en un túnel de lavado de cajas de plástico llenas de mierda, también en el puto Corte Inglés. La única vez que se me ha escapado una lagrimita el día de mi cumpleaños fue ese año, pues me pasé tan señalado día tosiendo entre vapores de agua, metiendo y sacando cajas a destajo bajo la atenta mirada y las voces del jefe más hijodeputa que he tenido nunca. Desde ese día hasta hoy he procurado siempre tener libre el día de mi cumple. Acabé tan harto y reumático que decidí dejarlo y me pasé el resto del verano vendiendo polos y Risketos con mi novia en un kiosco de mi pueblo. La novia me dejó y yo me piré a Irlanda a lavar platos y quitar cuatro dedos de grasa quemada en el fondo de marmitas dignas de una fiesta vikinga. El curro era una mierda pero confiaban en mí y esa época sigue estando en el top tres de los mejores momentos de mi vida. Al volver a mi querida tierra empecé de nuevo a currar en el Corte Inglés de los cojones, esta vez como mozo del centro más concurrido de España, el de la calle Preciados. Empaquetar comida en cajas de cartón y repartirlas por todo Madrid eran mis funciones. Ahí es donde decidí ponerme a estudiar caros cursos de fotografía para prosperar un poco y para no dejarme todo el sueldo en la barra del bar. Gracias a esos cursos conseguí entrar al laboratorio fotográfico de la empresa y disfrutar de las broncas del segundo jefe más hijodeputa que he tenido nunca. El curro tampoco era la bomba pero aprendí un montón sobre la perversión humana debido a que la gente no sabía que el carrete con las fotos de su última fiesta sadomaso lo iban a revelar dos tipos enfermos deseosos de carne fresca. Os sorprendería saber lo que la gente es capaz de meterse por el ojete. ¿Alguna vez os han derramado cera ardiente sobre el agujero del culo mientras un tenso lazo de cuerda os deja las pelotas del color y tamaño de una cebolla? A mí tampoco pero sé que es una práctica bastante extendida en algunos circulos. Tras dos años revelando sonrisas y polvos me llegó la oferta de Fotocasa y mandé a la mierda de una vez el puto Corte Inglés de los cojones. Suponía mi primer curro oficial con la cámara en la mano y a mí me sonaba a gloria. Al principio tenía contrato de quince días al mes por lo que me tocó pluriemplearme ya que en esa época yo vivía en pecado con la novia que me había dejado unos renglones más arriba y teníamos que pagar el alquiler. El curro en Fotocasa no lo voy a explicar otra vez porque ya me explayé bastante hace tiempo. Para los otros quince días del mes me salió un curro montando y desmontando escenarios. En este curro me engañaban con el sueldo y también con el trabajo. Te jugabas el pescuezo esquivando los hierros que se les escapaban a los otros fumetas fumaos y te pagaban poco, tarde y mal, si es que te pagaban. Gracias a la burbuja inmobiliaria pude empezar a currar todo el mes en Fotocasa y por culpa de la burbuja inmobiliaria nos despidieron a todos cuatro años después. Luego vino el paro y ahora tengo este trabajo del que os quería hablar hace un rato aunque creo que me he enrrollado un poco. Casi mejor que lo dejo para otro día. Como adelanto diré una vez más que lo peor de mi curro es aguantar a gente sin educación (aunque los que me sacan de mis casillas son los que van de graciosos y que a pesar de no tener ni puta gracia reciben el aplauso de su séquito, con los maleducados cuento hasta cien y se me pasa pero con los que van de graciosos no puedo y algún día me van a poner una reclamación) y que lo mejor de mi curro son las sonrisas del resto de la gente. Hoy he vuelto a ver a Lara, una niña de dos años que está loca por Elmo y que se pasa las horas sentada en su carrito delante del muñeco mientras este se hace fotos con cualquiera. Hoy Lara llevaba puesta una camisetita blanca estampada con la foto que le hice la semana pasada en brazos de su mejor amigo rojo. Me gusta mi trabajo.
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