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Mi abuela no sabe quien soy. Sentados bajo un árbol de la residencia escucha mi pregunta y me observa con ojitos acuosos que parecen traspasarme y llegar al infinito. No hay respuesta. Tiene ochenta y nueve años y un Alzheimer galopante entre tropecientos achaques más. Reconozco que me cuesta ir a verla. Me cuesta superar los primeros momentos, cuando ella te mira sin ninguna expresión en la mirada, con cara de no estar ya aquí sino muy dentro de si misma, en un lugar oscuro. Hay que darla un par de voces para que espabile y recupere un poquito de brillo en los ojos. Para que se despierte del todo la doy un par de vueltas por el patio con la silla de ruedas, haciendo un poco el indio. Se nota que es de San Martín de la Vega pues sonríe como una cría cuando hacemos caballitos con la silla. También sonríe al escuchar mis tonterías. Como sé que no se lo va a decir a nadie me confieso con ella, le cuento lo que tengo y lo que quiero, lo que deseo y lo que espero realmente, lo que creo que soy. Todo le parece bien, que gusto. No está la mujer para dar consejos y apenas consigo sacarle un par de “sies” y de “noes”. Pero casi me caigo de la silla cuando, harto ya de no saber que contarla, la he recordado que ya no estoy casado. Ha abierto un poquito más los ojos y me ha dicho: mejor. Es una fenómena.
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2 comentarios:
Tú si que eres un fenomeno...debe ser cosa de familia.
OLE POR FELIPA
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